Cambiando de gafas
Gestión del miedo
Destacados,  Emociones

Amenazas reales o imaginarias

Es curioso, pero es verdad. Nuestro cuerpo y nuestro cerebro no distinguen de si una amenaza que nosotros percibimos es real o imaginaria. Así que, como no pueden distinguirlo, y su objetivo es mantenernos con vida y prepararnos para afrontar esa amenaza, actúan siempre del mismo modo. 

Imagínate que estás en el monte y ves una serpiente a un metro de distancia:

Toda tu atención se centra en la serpiente. En ese momento te da igual si el pelo se te ha despeinado, si tienes calor o frío, si tienes hambre o si se han manchado tus botas de montaña nuevas. Te da igual si hay una preciosa mariposa a tu lado o si una flor nunca vista está a medio metro. 

Si en lugar de una serpiente, tú estás viendo un posible despido, si tienes miedo a cometer un error en el trabajo, si temes que tu jefe llegue enfadado y te humille ante tus compañeros… Sea real o imaginada esa amenaza, tu cuerpo y tu mente hacen exactamente lo mismo: Centrar toda su atención en la amenaza y prepararse para enfrentarse a ella. Se tensa tu cuello y tu mirada se fija en la amenaza, para que no la pierdas de vista. Tu corazón empieza a bombear más fuerte (taquicardia) para enviar más sangre a tus extremidades (por si tienes que salir corriendo). Los pulmones aceleran su actividad (taquipnea) para proveer todo el oxígeno que necesita tu organismo. 

Cuando la percepción de dicha amenaza es sostenida en el tiempo, tu cuerpo mantiene esos mensajes y deja de atender a otros elementos de tu cuerpo que antes atendía. Ya no le preocupa que tu piel esté hidratada y suave, ni que tu pelo luzca brillante y con volumen. Le da igual que tu estómago trabaje bien, o que descanses… Está centrado en mantenerte vivo. Por eso aparecen problemas de alopecia, piel reseca, dermatitis o problemas gastrointestinales. Por eso aparecen las contracturas en la zona alta de la espalda. Porque tu cuerpo y tu mente están enfrentándose a una amenaza.

Debemos ser muy conscientes de entender bien qué amenazas estamos percibiendo (consciente o inconscientemente), de gestionar si son o no reales, qué probabilidad tienen de ocurrir, y de hacernos con los recursos que necesitamos para enfrentarnos a ellas. Quizás es una conversación, quizás crear un hábito nuevo o eliminar uno asentado. Quizás es aprender algo. Lo que no debemos hacer es quedarnos congelados, no hacer nada, y seguir bajo la amenaza constante.

No dejemos a nuestra mente y a nuestro cuerpo solos ante el peligro.

Tomemos las riendas. Gestionemos el miedo.

Si quieres profundizar en estos temas, puedes leerte estos artículos "Tenerle miedo al miedo" e "Intención positiva de las emociones".

Si quieres que escriba sobre algún tema en concreto, escríbeme a mreginaestevez@gmail.com o contáctame a través de Instagram.

Fotografía: Olga Vallejo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *